sábado, 3 de noviembre de 2007

"A LA DIESTRA DE DIOS PADRE..."

En una cultura como la nuestra, machista, patriarcal y preponderantemente masculina, hablar y realzar la figura del padre no deja de ser sospechoso. Incluso las nuevas teorías sociales y culturales, como el feminismo que buscan resignificar las relaciones, resituarlas y relanzarlas de modo que se puedan establecer nuevas maneras de comprender nuestros lugares en el mundo y lo que ellos implican, piensan esta figura del padre desde una nueva plataforma. Por eso volver a pensar al Padre, como fuente y origen de las cosas, no es un intento de posicionar lo masculino como hegemónico, sino de ver esta paternidad desde el gozo de la Buena Nueva evangélica, interpretado desde otras categorías, como la posición liberadora, el derecho a la ternura, la posibilidad de lo femenino más allá del género, la necesidad preponderante de construir una ética que reconoce al otro como interlocutor, como sujeto de diálogo.

Desde el hecho de Dios Padre, cuya paternidad no nace con la aparición de la creaturalidad, viene a constituirse como el eje transversal de una experiencia auténtica del significado de la paternidad, no sólo como origen biológico, como apertura a la existencia, sino como fuente de la fraternidad como único espacio posible de una convivencia auténtica, de hecho la novedad radical de Jesús es mostrar cómo Dios es Padre y cómo ejerce esa paternidad en una constante creación que solicita la hermandad. No es posible entender el suceso Jesús sin su relación particular con el Padre, de hecho todo el planteamiento ético cristológico se basa en un reconocimiento de dicha paternidad que a su vez produce una filiación que se constata en la experiencia de la vida.

Pero esta paternidad supera las cuestiones meramente genéricas, me explico, no es una referencia a lo masculino como fortaleza, como dominio y autoridad, es una paternidad que se entrelaza con la maternidad, que es protección pero que también es acogida, sustento en los afectos para dar afectos. Es una paternidad constituida en la radical necesidad de sentir al otro, porque ese otro es posibilidad de reconocerme y de intercambio de los afectos. Es allí donde nace una experiencia de liberación, el Padre libera porque enseña a no cerrarse en la vaciedad del propio egoísmo, porque su sola experiencia, lo que nuestra percepción nos dice de él, es que llama a la vida comunitaria, al contacto con el rostro de los otros, para poder profundizar, precisamente, cómo es que actúa el Dios que es Padre, y que siéndolo libera. En este caso liberar no es más que salir de los límites de nosotros mismos, expandir el horizonte de comprensión, allí mismo en donde aparece el Padre como afectiva que a su vez es efectiva.


Precisamente el hecho de que Dios sea Padre nos dice como es el actuar económico del Padre, es decir cual es la manera como se despliega en el mundo, cómo aparece, cómo se nos muestra, qué es lo que hay detrás de su manera de proceder, cómo es su búsqueda y su encuentro con el ser humano, de hecho podríamos sintetizar la historia de la salvación como el modo como Dios deja ver su paternidad, y ese acontecimiento se radicaliza en la persona de Jesús, de hecho, si hay una percepción física, que va más allá de toda especulación es la que nos muestran los evangelios en el mismo Jesús. A la Trinidad económica nos acercamos por Jesús, de hecho es él quien experimenta de modo radical lo que significa ser Hijo, por la manera como el Padre es padre. Si en algún momento en la historia salvífica Dios no se deja ver con toda la claridad que el hombre quisiera

Pero esta paternidad supera las cuestiones meramente genéricas, me explico, no es una referencia a lo masculino como fortaleza, como dominio y autoridad, es una paternidad que se entrelaza con la maternidad, que es protección pero que también es acogida, sustento en los afectos para dar afectos. Es una paternidad constituida en la radical necesidad de sentir al otro, porque ese otro es posibilidad de reconocerme y de intercambio de los afectos. Es allí donde nace una experiencia de liberación, el Padre libera porque enseña a no cerrarse en la vaciedad del propio egoísmo, porque su sola experiencia, lo que nuestra percepción nos dice de él, es que llama a la vida comunitaria, al contacto con el rostro de los otros, para poder profundizar, precisamente, cómo es que actúa el Dios que es Padre, y que siéndolo libera. En este caso liberar no es más que salir de los límites de nosotros mismos, expandir el horizonte de comprensión, allí mismo en donde aparece el Padre como afectiva que a su vez es efectiva.

Precisamente el hecho de que Dios sea Padre nos dice como es el actuar económico del Padre, es decir cual es la manera como se despliega en el mundo, cómo aparece, cómo se nos muestra, qué es lo que hay detrás de su manera de proceder, cómo es su búsqueda y su encuentro con el ser humano, de hecho podríamos sintetizar la historia de la salvación como el modo como Dios deja ver su paternidad, y ese acontecimiento se radicaliza en la persona de Jesús, de hecho, si hay una percepción física, que va más allá de toda especulación es la que nos muestran los evangelios en el mismo Jesús. A la Trinidad económica nos acercamos por Jesús, de hecho es él quien experimenta de modo radical lo que significa ser Hijo, por la manera como el Padre es padre. Si en algún momento en la historia salvífica Dios no se deja ver con toda la claridad que el hombre quisiera ("es verdad, tú eres un Dios escondido" Is 45, 15) ahora desde la realidad evangélica de Dios se puede decir una palabra más, aunque sea solo aproximativa.

Aunque de Dios es más lo que se puede decir a modo especulativo que lo que lo constituya esencialmente, esa paternidad que muestra el evangelio nos permite hablar de otra manera, el sólo hecho de decir que es Padre nos da la posibilidad, nos abre el horizonte de comprensión, de cómo es ese actuar de Dios, Dios que es Padre y a la vez Madre tendrá un sentido de ternura, de amor y de misericordia con sus hijos, pero de modo especial con aquellos que están cobijados por el manto de la debilidad, la exclusión y la marginación. De una manera especial no hay solo una oportunidad de ver a Dios en estos lugares humanos sino de saber que allí actúa presentemente, porque si la acción de Dios es como la de Jesús, sin duda su presencia se hace una certeza.

Lo más fácil es excluir, hacerse del lado de los ricos y de los poderosos, de los que tienen la facilidad de pisar y de aplastar sin que la justicia les pida cuentas, sin embargo Dios, que se distingue por ser Padre, así nos lo hace saber la experiencia de la historia salvífica, se "da la pela" por los pobres, por esos hijos que no son tenidos en cuenta, que no aparecen, por eso el lugar de Dios no queda relegado al ámbito religioso, sino a todos en donde una opción ética procure facilitar el sentido de la fraternidad, ese tópico que exige el reconocimiento del hecho de la paternidad de Dios.

La Trinidad inmanente busca, con su quehacer en la Trinidad económica trasladar la experiencia del amor y la gracia a la experiencia humana, el Dios que es Padre, busca que esas relaciones de la comunidad divina, puedan pasar al plano de la comunidad humana. Quien está a la diestra de Dios Padre no es más que el ser humano que ha sido tocado de un modo íntimo y profundo de lo que entraña a Dios y que pretende que esa zona de afecto y de gracia pueda ser percibida en la contingencia histórica. No se entiende que Dios quede sólo en un plano conceptual, de una teorización fruto de un parto de la inteligencia, de lo que se trata es de una vivencia que se hace carne y sangre en la medida en que unas nuevas relaciones humanas son posibilidad de la aparición del Dios que se hace el encontradizo con el hombre para que este a su vez se haga criatura nueva que da testimonio de lo que la paternidad divina puede hacer.

A modo conclusivo, es necesario hacer pasar nuestra manera de ver el mundo, la propia fe, por un bautismo trinitario, es decir, al modo de la Trinidad, en donde el criterio que fundamenta nuestro horizonte de comprensión no sea otro que la Caridad, pues la Caridad no es más que el motor para que la Trinidad Inmanente "dé él paso" para "convertirse" en la Trinidad económica.
Victor Hugo Arias Castañeda sdb.

EL ESPÍRITU SANTO: UNA DE LAS MANOS CON QUE EL PADRE NOS TOCA

Leonardo Boff, en su libro “La Trinidad, La Sociedad y La Liberación” afirma que la teología, enfrentada con el misterio inefable, sufre por el reconocimiento de la insuficiencia de nuestros conceptos y expresiones humanas. Aplicados a la Trinidad, nuestros términos tienen un significado analógico e indicativo; esconden más de lo que revelan, aunque lo revelado corresponde aproximadamente a la realidad divina[1].Por eso, ante el enorme misterio de la comunión y la relación trinitaria tenemos que callar. Pero callamos solamente al final de un esfuerzo por hablar lo más adecuadamente posible de esa realidad divina para la que no existe ninguna palabra adecuada ni propia ya que las palabras y los pensamientos se oscurecen en la mente. Pero, como asevera Boff, la alabanza enciende el corazón, y la adoración hace doblar las rodillas[2]. Y quien plenifica estas dos actitudes es el Espíritu Santo, dado que procede del Padre y del Hijo.

Y para que se de la adoración y la alabanza, debemos recordar que la Trinidad es un misterio que se nos ha comunicado para nuestra salvación, para que, penetrando aunque sólo sea un poco en la realidad divina, nos veamos liberados e insertos en la vida eterna. Pero si entendemos la naturaleza divina, como perijóresis eterna de las personas, como amor y comunión intrínseca a los divinos únicos, entonces resultará más fácil representarnos la unidad que garantiza esa naturaleza; será siempre un concepto trinitario, como la unión de las personas entrelazadas entre sí en comunión eterna. Dios es uno, jamás está solo; es siempre con-vivencia y co-existencia de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres existen originalmente, revelándose entre sí, reconociéndose recíprocamente y autocomunicándose eternamente
[3]. Esto nos hace ver la Trinidad en su dimensión salvífica y quita de nuestro lado todo camino herético[4] que nos separa de la comunión y de la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO

Desde la concepción joánica y paulina, el Espíritu nos permite descubrir a Jesús como Hijo de Dios y nos permite llamar Abbá al Padre. El Espíritu Santo constituye la fuerza activadora de Dios en la historia y su obra está en revelar al Hijo y en hacer actual su gesta liberadora. El acceso al Hijo se da por el Espíritu. Por eso, es llamado el Espíritu de Cristo (Rom. 8,9). El Espíritu constituye el ambiente, el espacio que favorece el encuentro del Hijo con los bautizados formando con él un solo cuerpo (1 Cor 12,13). Este Espíritu es, a la vez, aquel que sondea las profundidades del Padre y nadie ha conocido lo que hay en Dios sino el Espíritu de Dios (1 Cor 2,11).

El Espíritu nos conduce a Dios reconocido como Abbá ya que el Espíritu sale del Padre (Jn 15,26), el Padre nos lo envía y nos lo da a petición del Hijo (Jn 14,16). El Espíritu nos da acceso al Hijo, porque el Hijo nos lo ha enviado (Jn 16,8) de parte del Padre (Jn 15,26). En consecuencia, el Espíritu se encuentra siempre junto al Padre y el Hijo y mediante la permanente repetición del mensaje de Jesús y en virtud de la apertura al Padre, nos introduce cada vez más en el misterio trinitario
[5]. El Espíritu Santo por lo tanto, hace comprender la comunión y la relación de la y en la vida trinitaria.

Cabe recordar que en hebreo, espíritu es ruah, y en griego es pneuma. Ambos términos están unidos a procesos vitales que significan soplo, viento, vendaval, huracán. Inicialmente el Espíritu no es concebido como persona sino como fuerza divina y original que actúa en la creación, moviéndose en los seres vivos y actuando en la humanidad. El Espíritu Santo surge como la fuerza de lo nuevo y como una renovación de todas las cosas. Así él está presente en la primera creación (Gén 1,2) y en la creación definitiva que se inauguró con Jesús. El Espíritu Santo a la vez, reside en ser la memoria de la práctica y del mensaje de Jesús, y reside también en la liberación de las opresiones de nuestra situación de pecado por eso dirige el curso de la historia…renueva la faz de la tierra, está presente en la evolución humana
[6].
En suma, Él es el que hace romper los horizontes que encarcelan la vida, rompe las cadenas mediante las prácticas de liberación de los oprimidos, y mantiene viva la esperanza de un mundo sin dominaciones y dirigido por la justicia y por la fraternidad[7].

[1] Boff, Leonardo, La Trinidad, La Sociedad y La Liberación, Ed., Paulinas, 1987, Pg., 15.
[2] Ibid 1, Pg., 14..
[3] Ibid 1, Pg., 16.
[4] Caminos que surgieron en los primeros siglos de nuestra era. Como el modalismo: donde se enseñaba que Dios era indivisible, que en Él no había comunión de tres personas y lo que existía era la unicidad divina que se proyectaba por medio de tres modos diferentes. El subordinacionismo: donde se enseñaba que Jesús estaba subordinado al Padre. El triteísmo: Se afirmaban y se se aceptaban las tres divinas personas pero como tres substancias independientes y autónomas donde no hay relación ni comunión.
[5] Ibid 1, Pgs., 48-49.
[6] GS 26.
[7] Ibid 1, Pgs,. 237.
Ferney Correa Flórez
fcorrea@javeriana.edu.co




LA TRINIDAD: COMUNIÓN DE VIDA Y DE AMOR

“Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos”. (Isabel de la Trinidad, ocd)

La palabra Trinidad no aparece ni en el Antiguo, ni en el Nuevo Testamento, en este último aflora de forma muy explícita el anuncio de las tres personajes, siempre en relación: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”.
[1] Por eso cuando hablamos de la Trinidad, estamos hablando del Misterio Trino y uno que desde siempre ha existido y se ha encarnado en la persona de Jesús de Nazaret, quien en mutua comunión con el Padre han enviado al paráclito, que viene en ayuda de nuestras debilidades para fortalecernos y hacernos tomar conciencia del tesoro que cada ser humano lleva por dentro, es decir, nos hace caer en la cuenta de que somos hombres y mujeres habitados por un Dios que desde siempre ha estado y está con nosotros, y que nos recuerda la misión que cada uno hemos recibido desde la eternidad –Amar y hacer amar el amor-.

Porque en un mundo como el que nos ha tocado vivir, donde lo que importa son las cosas materiales, el tener, el placer y el aparentar, se hace necesario volver a la hondura del Misterio divino para acoger los dones y frutos que estos regalan a cada persona, buscando armonizar la vida, de tal forma que sea vaya configurando con la del Dios Trino, que espera de nosotros cada día una respuesta coherente con lo que nos ha entregado, ya que cuando somos convocados por el amor de los tres, nos sentimos llamados a manifestar la paternidad del Padre misericordioso, que acoge, redime, levanta, salva… dándonos a su Hijo para hacernos partícipes de su filiación divina.

Todas las religiones y creencias propician el espacio para que el hombre que cree en cualquier divinidad logre entrar en relación amorosa con aquella deidad, ya sea por el canto, la oración, meditación, en fin, por el medio y recurso que le propicien. Es esto mismo lo que propicia el cristianismo, cuando pone como medio de comunicación y de encuentro con la Santísima Trinidad, la oración, manera como se puede entrar en dialogo sencillo con el Dios Trino que habita en lo profundo del corazón de cada hombre: “En la raíz de toda doctrina religiosa está el encuentro con el misterio divino. Este encuentro produce una experiencia radical que globaliza las diversas dimensiones de la existencia, el afecto, la razón, la voluntad, el deseo y el corazón. La primera reacción, expresión de gozo, es la alabanza, el canto y la proclamación. Viene luego el trabajo de apropiación y de traducción de la experiencia-encuentro, hecho por la razón devota. Es cuando surgen las doctrinas y los credos”.
[2]

Cuando hablamos de la comunión y vida que existe entre la Trinidad, estamos haciendo alusión a la vida interna que se desarrolla en el Dios Trino. Bien sabemos que es una vida verdadera y de comunión, donde los tres se comunican y cada uno realiza su misión, el Padre no procede de ningún otro ser, el Hijo es engendrado, es decir, procede del Padre y su alimento es hacer la voluntad del que lo ha enviado, y el Espíritu Santo que es el consolador y procede de la interpenetración (Comunión) del Padre y del Hijo; en estos dos últimos existe una procesión, debido a que proceden de Otro, porque el Dios del cristianismo no puede ser un Dios que vive en soledad, debido a que su misión es vivir en comunión y armonía con el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo es amor, ternura, generosidad, entrega… el Hijo engendrado por el Padre está llamado a ser su transparencia y de esta dimensión de unidad entre los dos, procede el Espíritu: “Solamente entre personas puede haber unión, ya que ellas se abren intrínsicamente unas a otras, el Hijo y el Espíritu Santo viven en comunidad por causa de la comunión. La comunión es expresión del amor y de la vida. La vida y el amor son dinámicos y exuberantes por su propia naturaleza. Por tanto, bajo el nombre de Dios hemos de entender siempre la Tri-unidad, la Trinidad como unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”
[3]

Durante toda la vida de la Iglesia los padres de la Iglesia, los místicos cristianos, y teólogos han escrito muchos tratados sobre el misterio de la Trinidad intentando demostrar los caminos por los cuales se puede llegar a una comunicación con el Dios Trino. Todos estos hombres y mujeres han señalado caminos que de alguna forma han ayudado a los cristianos a entrar en comunión con este exuberante misterio, cada uno lo representa de acuerdo a sus experiencias y nociones que tiene de éste. Leonardo Boff, nos dice que: “Mediante símbolos e imágenes, podemos concretar mejor el significado de este augusto misterio. Los mismos santos padres, cuando hablan en sus largas y ardorosas discusiones de la Santísima Trinidad, no dejaron de trabajar sobre analogías, figuras e imágenes.”
[4] Son las imágenes y los iconos entorno a la Trinidad lo que ha permitido que los cristianos puedan de alguna forma acceder a este misterio, lo que entra por los ojos y permite formar en el interior de la persona la imagen propia y real que ella puede concebir a partir de su experiencia de fe de lo que significa la augusta Trinidad, no olvidando que son tres personas distintas, con distintas misiones, pero que forman una sola familia de amor.

El misterio de la Trinidad no es una ecuación matemática difícil de resolver para nuestro entendimiento, un dogma árido y frío que Dios ha colocado en el credo para humillar nuestra razón. Es una verdad cálida, que Dios ha tenido la delicadeza de revelarnos, descorriendo el velo de su vida íntima, para que nosotros podamos aprender de su comunión perfecta el esquema de nuestras relaciones humanas a cualquier escala, debido a que estamos llamados a transparentar el misterio divino que cada ser humano posee, es decir, llamados a ser luz en medio de tanta oscuridad, dejando ver por sí solo y con la propia vida al Dios que nos habita, para que aquellos que se acerquen a nosotros, descubran y sientan que verdaderamente la Trinidad actúa en el hombre cuando éste es capaz de abandonarse en sus manos y reconocer que en él todo se puede, y que es él la fuente de amor inagotable que le posibilita poder amar con libertad y vivir en comunión como vive el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La comunidad cristiana, la familia y toda sociedad, está llamada a formarse al estilo de la Trinidad, a ser reflejo de ella; todos distintos, pero con un mismo amor que los une y les permite relacionarse entre sí, si esto no existe es posible que no se pueda vivir de acuerdo a lo que enseña en el interior de cada hombre el Dios Trino, donde los tres son diferentes, pero unidos por un mismo amor, bien nos lo dice el gran teólogo de la liberación, Leonardo Boff: “Mediante Jesús y su Espíritu llegó a la humanidad la conciencia plena de la realidad perijorética de Dios; de que, bajo el nombre de Dios, de ahora en delante, tenemos que entender la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo nuevo, lo que no puede deducirse de ningún principio previo, es esto: la persona del Hijo y del Espíritu Santo no sólo se revelaron, sino que se autocomunicaron personalmente.”
[5] La Trinidad debe ser reflejada en la vida de la familia y de la comunidad porque es una familia con distintos miembros, donde cada miembro es un misterio insondable, inabarcable, responsable de la unidad y de la intimidad en la casa paterna. No podemos olvidar que Dios vive en todas la personas que hacen comunidad con sus hermanos, ya que es en la comunidad cristiana donde Dios le gusta vivir; por eso continuamente nos invita a vivir en comunidad, en comunión con el Padre, con Cristo a la cabeza y con la fuerza y el impulso del Espíritu Santo.

La Trinidad, en la persona de Jesús nos invita y nos lleva a trabajar por la liberación de todos los oprimidos y excluidos de los sistemas políticos, económicos y gubernamentales de América Latina y del mundo entero, donde los grandes y ricos de los países buscan estar por encima de los don ‘nadies’, no reconociendo que estamos llamados a vivir en comunión con todos los que hemos sido creados por el amor de los Tres: “La gran causa del Padre es el establecimiento del reino. Reino no significa aquí el dominio de Dios al estilo de los poderosos de este mundo. Es la inauguración de la bondad, de la misericordia, de la renuncia a prepotencia en función del servicio; implica la exaltación del humilde y el restablecimiento del derecho violado. Reino supone una liberación grandiosa y global; por eso su irrupción es buena noticia. Comenzó ya con la presencia del Hijo Jesús, pero está abierto todavía a un proceso de realización, en la medida en que se vayan adhiriendo las personas a él. Por eso es continuamente objeto de la esperanza y de la súplica de los seguidores de Jesús: “¡Venga a nosotros tu Reino!” (Mt 6,10)”
[6]

Diego Andrés Cortés Saya, O.C.D.
Sayito30@gmail.com


[1] 2 Corintios 13, 13
[2] BOFF Leonardo. La Trinidad, la sociedad y la liberación. Ediciones paulinas. Madrid 1986. pg. 7.
[3] Ibid. Pg. 11.
[4] Ibid. Pg. 125
[5] Ibid. Pg. 18
[6] Ibid. Pg. 206

viernes, 14 de septiembre de 2007

LA EXPERIENCIA DE DIOS A LA LUZ DE LOS SIMBOLOS

Carlos Bravo en su texto Marco Antropológico de la Fe[1] afirma que “la experiencia es el acto por el cual se toma conciencia (directa o refleja) de la propia relación con el mundo, consigo mismo, con el Absoluto trascendente, inmanente, como algo vivido históricamente, realizado, no solamente pensado”[2]. Además, presenta la experiencia en diversas formas a saber, la empírica, la experimental, la experiencial o existencial. De las tres, Bravo se detiene en la experiencia existencial ya que esta es el punto culminante del proceso de humanización y señala la forma de actuar el hombre en el nivel específicamente humano[3]. La experiencia se origina cuando se capta simultáneamente la relación personal del sujeto que conoce con el objeto conocido. Por ello la experiencia en el sentido existencial, no quiere decir solamente percepción objetiva sino toma de conciencia de la relación previa del sujeto con el objeto conocido, es reflejo de una situación en la que el hombre se encuentra implicado. Supone la participación real del sujeto en el acontecimiento, lo cual implica la toma de conciencia de la alteridad del objeto conocido (experimentado).

Dentro de esta forma de experiencia, la existencial, Bravo presenta la captación-percepción, el encuentro inmediato con el objeto del conocimiento, la historicidad, la apertura, y la esperanza como elementos distintivos de la experiencia. No obstante, afirma que hay otro elemento que es constitutivo, el lenguaje. En este, "el yo adquiere su ser espiritual como presupuesto del encontrarse con el otro y de comprenderse con él y simultáneamente de comprenderse así mismo"[4]. "El lenguaje, es más que un medio para entenderse entre sujetos que estaban allí sin hablarse. En su significado propio, es la esencia del ser sujeto, del ser "yo" por excelencia. El "yo" es para el otro, no como objeto sino sólo en cuanto habla"[5]

El lenguaje, es un sistema de formas de expresión, producido por el hombre para manifestarse, hacerse entender, ordenar sus conocimientos, comunicarse, relacionarse de múltiples maneras con la realidad. Al afirmar que ha sido producido por el hombre se indica que no es "innato" sino que está constituido por signos convencionales, estructurado en un sistema con sus leyes propias como medio de expresión y comunicación. Por "medio" se entiende no un simple instrumento sino una mediación puesto que el significado es inherente al signo
[6]. El lenguaje es el medio universal en que se realiza la comprensión misma. Y la forma en que se realiza la comprensión es la interpretación, e interpretar es aportar los conceptos previos para que el texto o los conceptos se hagan lenguaje[7]

La experiencia existencial abarca los niveles más profundos de la existencia humana los cuales pueden ser no solo captados sino también valorados por el hombre. Dentro de la existencia humana hay experiencias básicas: el amor, el odio, la responsabilidad, la amistad, la alegría, la frustración, la soledad, la responsabilidad y todo aquello que le da el sentido a la vida humana. Ahora bien, estas experiencias para ser percibidas tienen que estar enmarcadas en un dato perteneciente al medio ambiente (donde hay una mediación ya que el significado es propio al signo) y que adquiere el valor de signo
[8].

Tales experiencias, se significan y se expresan a través del símbolo. Este asume las experiencias más profundas (la profundidad es una dimensión del espacio, pero a la vez es símbolo de una realidad espiritual
[9]) las expresa y las comunica. Además, es manifestación de "una experiencia no racionalizable, no tematizable, no conceptuable"[10]. El símbolo es la manera de hacer presente lo ausente, el símbolo es más comunicativo que conceptual y posee un carácter memorial (orienta la existencia). El símbolo por lo tanto, es la manera de acercar lo divino y lo humano, lo eterno y lo temporal por eso se encuentra en la frontera de estas categorías. De acá surge entonces la respuesta a la pregunta ¿Por qué el místico recurre al símbolo para dar a conocer su experiencia? La imposibilidad del enamorado de Dios para dar a conocer su experiencia existencial de lo que vivió, vive y vivirá es grande, por eso recurre al símbolo para colocar en lenguaje cercano el paso del MISTERIO DE DIOS por su existencia ya que de otra manera no lo puede hacer.

San Juan de la Cruz, primer Carmelita Descalzo de la reforma teresiana, puede ser un ejemplo fidedigno de la respuesta al interrogante anterior. El a lo largo de sus escritos recurre a los símbolos para dar a conocer su experiencia espiritual-existencial, ya que las palabras son reducidas y pocas para comunicar y dar a entender qué es lo que vive y quién lo habita. La teología de su fe pasa por el simbolismo de las "noches", de la negación de toda experiencia que no esté radicada en la pura oscuridad de la fe. Solo en la muerte nocturnal de toda experiencia imperfecta del amor de Dios, se puede encontrar a Dios mismo, alcanzable solo en esta noche luminosa de la fe. Su teología de la cruz pasa por el simbolismo de las "nadas". Para Juan de la Cruz, las "nadas" no son la muerte de los valores, son las "muertes" de las formas sutiles del egoísmo que reina en nosotros. Aparecen también los símbolos de la "montaña", "la soledad sonora", la "música callada", la "llama" y las "nupcias"
[11]. Juan de la Cruz en virtud de ser un místico es un poeta y al serlo su espiritualidad está cargada de símbolos y estos son más ricos que las nociones.

Todo este conjunto de símbolos son expresiones de la libertad espiritual. Son experiencias de presencia, de plenitud, de amoroso encuentro con el MISTERIO DE DIOS. Son símbolos de unión, de amor, de la libertad del espíritu que ya es capaz de entregarse con un amor gratuito, ya que la gratuidad en el amor, el no buscarse ya a sí mismo es la forma suprema de la entrega a Dios y a los demás.

En suma, los símbolos nos permiten descubrir a la manera humana el paso del MISTERIO DE DIOS por nuestra vida.

[1] Bravo, Carlos, El Marco antropológico de la Fe, Bogotá, 1992, Publicaciones Universidad Javeriana, Págs 34-54.
[2] Ibídem 1, Pág 34.
[3] Ibídem 1 Pág 37.
[4] Joseph Simon, Sprachphilosophie, Verlag Karl Alber, Freiburg-München, 1981, Pág., 17.
[5] Joseph Simon, op. cit., pág., 184.
[6] Ibídem 1, Pág., 43.
[7] Ibídem 1, Pág., 45
[8] Ibídem 1, Pág., 47
[9] Tillich, Paul, La dimensión profunda, Bilbao, Ed. Desclée. Pág., 107.
[10] Ibídem 1, Pág., 48.
[11] Galilea, Segundo, OCD, Revista vida espiritual #54, La libertad radical en la espiritualidad de san Juan de laCruz, Ed. Inter 2000, Pág.,84.

Ferney Correa Flórez

ferneycorrea@gmail.com

LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL MUNDO DE HOY

En un mundo tan convulsionado y tan contradictorio al plan salvífico del Dios de Jesucristo, y en un país como Colombia, habitado por la guerra, la pobreza, el odio, el rencor y las muchas necesidades básicas insatisfechas que existen para los pobres y excluidos de la sociedad, se hace necesario hacer viva y real la experiencia de Dios que cada hombre y mujer creyente en Jesús de Nazaret vive y cultiva en lo interior de su corazón, es decir, se hace obligatorio patentizar con el testimonio y con la propia vida, lo que de experiencia de Dios se ha vivido, ya que el mundo de hoy necesita del testimonio de los que en algún momento de su vida han decidido hacer una experiencia de este estilo para descubrir sí verdaderamente existe y es real aquello en lo que se cree. Todo esto, debido a las dudas con la cuales se van encontrando en su proceso de vida cristiana, pues el Dios creador es y será por siempre un misterio, al cual podemos acceder por medio de su Hijo Jesucristo, quien lo expresa de esta manera: “Quien ve al Hijo, ve al Padre.” Y un Dios extraño al mundo no es experimentable, ya que el acontecer de Dios siempre es dentro del mundo, el se hace fenómeno, es decir, se hace mundo y vive dentro del mismo mundo: “Si Dios está realmente en todas partes. Pero no es un fenómeno captable como los demás fenómenos intramundanos. Dios es el Misterio que se entrega siempre, pero que también se reserva; que siempre se revela y siempre se vela; que se comunica, pero sin confundirse con el mundo.”[1]

Todos los días se hace más urgente evidenciar signos que hablen de futuro, de paz entre los hombres, de lugares de encuentro y de amistad, de espacios de diálogo y reconciliación. Todos los días se nos está reclamando un testimonio que como antorcha se eleve sobre la realidad en la que estamos, y se convierta en una luz que pueda señalar la forma como debemos vivir los cristianos para ser verdaderos testigos de la experiencias de Dios en el mundo y de nuestra norma de vida -el evangelio-, el cual nos permite moldear nuestra vida y acciones según el estilo de vida de Aquel que es el misterio de la humanidad y que muchas veces se hace el encontradizo en la búsqueda ansiosa que inicia el ser humano por conocerlo.

Antes de entrar a tratar algunos tópicos sobre la revelación de Dios en la humanidad, se hace necesario saber un poco sobre la procedencia del nombre de Dios, ya que éste es el misterio del cual hablaremos a lo largo de todo este texto: “El sentido originario de la palabra “Dios” surge, no precisamente a través de una afirmación o negación de toda representación de Dios, sino cuando se intenta pensar desde una dimensión más original y más honda que la elabora dichas representaciones.”
[2] Dios es en primer lugar, es un término que sirve para designar algo. La palabra es un término que presupone en la mente del ser humano una idea, es por es que nos atrevemos a decir que todos los atributos de Dios han sido creados por el mismo hombre, por eso la esencia de Dios no es otra cosa que la misma esencia humana, es Dios la proyección del mismo ser humano, podríamos decir que el Dios de Jesucristo es el mismo en el cual el hombre ha aprendido a pronunciar y descubrir su propia esencia.

Antiguamente se consideraba, que para llegar a una experiencia de Dios se accedía a ella por el solo hecho de asumir una actitud piadosa ó una serie de tratados teológicos, bien lo expresa el teólogo de la liberación Leonardo Boff, en su libro Testigos de Dios en el corazón del mundo: “Hablar de experiencia de Dios significa ya asumir una postura crítica dentro de la crisis general de nuestras representaciones sobre el misterio de Dios. Épocas hubo en que se llegaba a una verdadera experiencia de Dios con sólo ponerse en contacto vital con las doctrinas teológicas trasmitidas por la religión y sancionadas por la sociedad.” La experiencia de Dios no puede ser una experiencia directa, Carlos Bravo nos habla de Dos tipos de experiencia: La sensible y la experimental.

En el mundo interno y fenoménico no hay experiencia de Dios, al parecer toda experiencia de Dios no es directa, siempre va ha estar mediada por la realidad, entonces: Qué podríamos decir de la experiencia de los místicos cristianos, como la de santo Domingo de Guzmán, santaTeresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola o santa Teresita del Niño Jesús, entre otros muchos místicos apasionados por Dios que han demostrado a través de sus escritos que su experiencia es mediada en cuanto que se da en un espacio-temporal.

Bravo al hablar de experiencia existencial, dice que es una experiencia inmediata, mediada, dada por los sentidos ó en relación de… la experiencia existencial es un acto hermenéutico, cuando se experimenta algo que no es, se interpreta a través de las preguntas, se hace una serie de valoraciones para luego tomar una decisión, a todo esto lo podríamos denominar, como un acto de la hermenéutica

Ahora bien, no podemos olvidar que toda experiencia de Dios que realiza el ser humano lo conduce al misterio insondable, al misterio que es y sigue siendo oculto para el hombre y el mundo de hoy, un misterio en el cual no alcanzan las palabras para expresar lo que se siente y se vive en una experiencia de búsqueda de la verdad, ya que el mismo misterio por todo lo que encierra no permite que muchas veces se logre leer y captar lo que se pretende, pues pareciera que se hace inefable. Dios es absolutamente trascendente a todo lo que existe o puede existir; es decir, Dios lo penetra todo y está en todo, sabe el movimiento de cada uno de los seres humanos, él no se limita a nada, ya que él desde toda la eternidad ha estado más allá de lo que se puede pensar, bien lo dice san Agustín de Hipona en su libro de las confesiones: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.” Con esto que nos cuenta Agustín, podemos decir que de Dios nunca salimos, ya que desde siempre estamos en él. Pero él está más allá de todo.

Diego Andrés cortés Saya ocd.

[1] BOFF, Leonardo. Testigos de Dios en el corazón del mundo. Pg. 54.
[2] IBID. Pg. 50.

jueves, 13 de septiembre de 2007

DE DIOS NOS HABLA LA RELIGION Y LA TEOLOGIA...

Toda experiencia de Dios debe ser razonable, es decir debe pasar por la rejilla de su comunicabilidad, tener la característica de ser comprendida por otros al ser escuchada. Si bien es cierto que no necesariamente toda comunicación de ella llevará al otro a la fe, porque esta misma es una experiencia personal, contextuada en unas situaciones bien definidas que sólo afectan a quien la ha vivido. Es claro que la posmodernidad ha llevado “in extremis” esta vivencia a los confines de lo privado, la posibilidad de narrar dicho entramado hace que esta pueda pasar a un plano de lo comunitario, de lo colectivo como colegiado, no como uniformidad. La pregunta por Dios pasa siempre por el ámbito de lo razonable, aun en el caso de quienes lo niegan, todos se hacen de alguna manera y de algún modo el cuestionamiento de si Dios puede ser pensado, y si es pensado qué es lo que pensamos de él, qué fijaciones y qué proyecciones elaboramos sobre él. No voy a afirmar que las negaciones son afirmaciones implícitas, pero es claro que siempre será un referente de comprensión del devenir del mundo y de la historia. Pensar en Dios es por tanto razonable, no tanto porque la razón humana pueda dar cuenta de él, sino porque se puede preguntar por él de un modo razonado, y alguna respuesta es factible dar, aunque necesariamente no sea satisfactoria

Lo que decimos de Dios estará siempre enmarcado en los límites de un lenguaje que es finito, hemos buscado, desde el inicio de la pregunta por Dios, desde los orígenes mismos de la filosofía, achacarle unos atributos que se opongan proporcionalmente a nuestra finitud, a esta experiencia de una carne que es débil, que se enferma, que no alcanza todo lo que se propone, nuestro lenguaje ha subido más allá de las nubes para colocar a Dios en una esfera que sea intocable para nosotros. Pero aún así nuestro lenguaje es un reflejo de una búsqueda, no es simplemente una proyección al estilo de Feuerbach, donde el hombre frustrado dibuja el sueño inalcanzable de lo que nunca llegará a ser, esa finitud, logra más bien, que la percepción que podemos tener de Dios sólo pueda ser descrita en términos de la limitación, aun cuando utilicemos palabras grandilocuentes y que lo que narramos de él se halla desde nuestras propias posibilidades. El lenguaje simbólico ha dado más cuenta de Dios que las mismas elaboraciones metahistóricas y metafísicas, en donde lo atronador del discurso, se queda en la megalomanía de una retórica ya trasnochada. El hombre religioso es el hombre simbólico que trata de hablar de la infinito desde categorías limitadas pero que siempre conservarán en su interior un horizonte del que nunca podrá dar cuenta de modo total y definitivo pues siempre quedará faltando algo.

El afán fideista por dar cuenta de Dios, siempre mirará con desdén los relatos que de la filosofía hace Dios, pues pareciera que el Dios del que hablan los filósofos no es el mismo de la Revelación, es más pareciera que se hablara de Dios como un objeto de laboratorio del que se discute si puede ser estudiado o no. El interés de la filosofía será otro que el de la fe, será el del raciocinio, el de las preguntas por las cosas que dan sentido a la existencia, sin embargo eso en ningún momento puede negar su posibilidad de complementar la fe en tanto que cuestionar es fruto de quien posee inteligencia. La filosofía, explora, elabora, pregunta hasta conformar horizontes de comprensión que nos permitan mirar lo que está allí frente a nosotros. Al problematizar a Dios, éste se transforma en núcleo inteligible de lo humano. Los reproches de la filosofía son también los cuestionamientos por el proceder sobre el cómo se cree, cuáles son las consideraciones éticas y vitales de quien dice ser creyente, hasta dónde esa forma de ver el mundo es contradictoria con la razón o no. Desde la filosofía no se convence a nadie para creer y tampoco para lo contrario, aunque esto último sea más factible, pero es posible dar unos márgenes abiertos para el pensar nuevas posibilidades de cómo Dios es dable en los innumerables senderos de la vida humana.

Lo que se puede narrar de la experiencia de Dios, cuando está llega a unos límites de profundidad insospechados, es el lenguaje de la mística, que no es otro más que el de la pasión. Había dicho en uno de los comentarios anteriores que los símbolos dan cuenta de alguna manera de lo que uno ha vivido, pero el lenguaje de lo místico por ser “passio” “pathos”, padecimiento es una manera de expresar lo divino de forma no coloquial, es decir con el arraigo del que siente que su inteligencia ha sido superada por las fuerzas del corazón. La filosofía existencial, aun la no creyente como la de Cioran, se ha preguntado por las fuerzas de la mística, como esa razón poderosa que da más razón de Dios que cualquier argumento teológico. No se trata de acudir al sentimiento para explicar lo inexplicable. Es la fuerza moral que aun subyace en la debilidad humana aún por encima de lo inteligible. Hallar a Dios es cuestión de encontrar un tesoro que sólo tiene validez incalculable para aquellos que lo andaban buscando.
Para el desarrollo de este artículo se tomó como texto base: Dios hoy: ¿Problema o misterio? De N. Kutschki.

Victor Hugo Arias Castañeda. sdb

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